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¿Tiene que ser dolorosa una terapia?

En ocasiones cuando las personas me comparten alguna situación personal por la que atraviesan y sugiero una terapia, me encuentro con cierta resistencia a iniciar un proceso de esta naturaleza porque piensan que será doloroso, más de lo que ya están sintiendo; pareciera que imaginan como si se fuera a abrir una cloaca de la cual pueden escapar malos olores e incluso monstruos del pasado, la cual puede ser preferible mantener cerrada y no mover las aguas estancadas. Si lo pensamos así, es comprensible por qué a veces provoca tanto miedo emprender un viaje a nuestro interior y qué sentido tendría hacerlo si posiblemente genere más dolor del que ya tenemos, finalmente hemos conseguido llegar “bien que mal” hasta donde estamos, porque también tenemos la capacidad de acostumbrarnos y adaptarnos pese al dolor. Sin embargo sería lamentable privarnos de un crecimiento personal por miedo a sufrir, es un proceso similar al que experimentamos cuando asistimos al médico por una herida que debe limpiarse para evitar una infección, o la intervención para quitarnos un tumor que nos está haciendo daño, mal necesario ¿no es así? ¿Pero en verdad tendría que ser dolorosa la terapia? No es que sea dolorosa en sí, empecemos por esclarecer que la terapia facilita que emerja el dolor que hemos contenido, posiblemente duela cuanto más dolor hemos albergado. Lo mismo duele aceptar ciertos aspectos de nuestra realidad, aceptar las pérdidas, así como renunciar a satisfacciones inmediatas inconvenientes, pero esto duele con o sin terapia, la diferencia radica quizás en que tienes una mayor oportunidad de comprender lo que estás sintiendo. El panorama no tiene que ser tan pesimista al respecto, muchas veces tememos al dolor porque sentimos que nos puede derrumbar y que no podremos con él; la buena noticia de estar en terapia es que estás acompañado de alguien que procurará darte el tiempo y las herramientas para ir digiriendo el dolor, de ir conciliando con estos monstruos del pasado, con la posibilidad de ir apreciando también otros aspectos de tu vida. Es curioso que muchas veces llegan los pacientes a su sesión sin saber de qué hablar, porque “últimamente todo ha estado bien”, como si la terapia fuera una espacio para hablar únicamente de los problemas. Esto es un mito, simplemente porque la vida no puede reducirse a una percepción pesimista, parte de este proceso es también reconocer las fortalezas de uno mismo y de los demás, apreciar lo que tenemos y que muchas veces olvidamos porque estamos acostumbrados a ello, así como reconocer el crecimiento que se va teniendo. “El dolor es para el alma un alimento fecundo” (Théodore de Benville)


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