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Los Psi... También lloran

 

Hace dos semanas dediqué este privilegiado espacio para la expresión a escribir acerca de las principales impresiones (o las más comunes) cuando una persona acude a terapia o a consulta por primera vez. Cuando yo re leí el artículo, me dió la impresión de que cuando alguien más lo leyera, podría pensar que los argumentos estaban basados en especulaciones o bien, que no podían ser tan objetivas debido a que estaban plasmados desde el otro lado: del lado de quien es el “especialista”. Nada más lejos de lo real. La mayor parte de la gente no sabe (y no tiene ninguna obligación de saberlo), pero quien proporciona este tipo de atención terapéutica, tiene la obligación ética y profesional de tener un proceso psicológico para poder trabajar la parte personal. Es decir, los terapeutas somos y debemos de ser también pacientes. El encontrarse en distintos momentos en los dos lugares de la moneda nos permite hacer un registro tal vez más consciente de aquellas emociones y de los pensamientos que nos cruzan por la cabeza cuando llega a nuestro espacio de trabajo un paciente nuevo. A pesar de que la mayoría de los terapeutas tienen algunos filtros muy claros y bien establecidos acerca de las primeras sesiones (una recepcionista, atender sólo si se trata de recomendaciones, trabajar sólo en una clínica, etc.) la realidad es que a la hora de la hora no tenemos mucha idea de la persona que tenemos enfrente. Por esta razón, tenemos fantasías también y tenemos miedo. Nos genera inseguridad en primer lugar, no poder ayudarlo, no cumplir con sus expectativas, incomodarlo. También pensamos mucho acerca de la pertinencia de nuestros comentarios e intervenciones, pues no conocemos la manera de reaccionar de nuestro paciente. Por supuesto que también nos preocupan trivialidades tales como: ¿Se dará cuenta de que estoy desvelada? ¿Debí ponerme un saco en lugar de un suéter? ¿Será inapropiado que me rasque la cabeza en este momento? Lo anterior ocurre por una sola razón: simple y contundente. Somos también seres humanos. Espero de corazón que este texto ayude a la gente que titubea ante la decisión de pedir ayuda, a recordar que todos somos personas y todos, TODOS, sangramos igual.


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