¿Niño problema o chivo expiatorio?
Si alguna vez te sentiste “el niño problema” esta es una oportunidad de replantearte si realmente lo fuiste. Probablemente esta sensación proviene de un comportamiento que no se ajustaba a las expectativas sociales de ser amable, prudente, oportuno, pertinente y apropiado. Pareciera broma que esto es lo que se esperaba de ti cuando sólo quieres vivir el presente, jugar y descubrir el mundo. La educación tradicional ha tendido a reprimir e inhibir muchas actitudes y conductas que se consideran inapropiadas o indeseables, sin escuchar o entender lo que estas pueden significar. Los niños pueden ser muy asertivos para preguntar algo que les es incomprensible o expresar alguna inconformidad, sin embargo cuando se prohíbe hablar de “ciertos temas” encuentran formas particulares de expresarlo. Esta prohibición no es necesariamente explícita, muchas veces se supone con el silencio o la evasión de algo que está sucediendo en el entorno pero que la mayoría prefiere disimular o “hacer que no pasa”, apelando a la lógica de que si no se habla no sucede.
Esta forma de afrontamiento puede darse en las familias cuando pasan por crisis o pérdidas, o que se caracterizan por una dinámica dolorosa o vergonzosa, sin embargo el silencio no necesariamente hace desaparecer el conflicto y hace necesario el uso de mecanismos específicos que refuercen la negación y ahí es donde entra “el niño problema”, que también puede ser entendido como “el chivo expiatorio”. El chivo expiatorio es un término que surge de una festividad que tenía el antiguo pueblo de Israel, en el que se sacrificaba un macho cabrío para expiar los pecados del pueblo. Actualmente se usa el término para denominar a una persona a la cual se le atribuye una responsabilidad o culpa que no le corresponde, sirviendo de excusa a los fines del inculpado. Se vuelve entonces el chivo expiatorio, porque carga con emociones que el resto no puede contener, en caso de la familia recae en el integrante que suele estar más vulnerable, o bien, que tiene más sensibilidad o receptividad emocional. Puede estar relacionado con la culpa y la necesidad de expiarla, pero también con la incapacidad de la familia para afrontar una situación emocionalmente compleja, encontrando la solución en una sola persona que represente el conflicto, que además lo exprese en un área o ámbito que nada tiene que ver con su origen para así preservar el silencio.
Los problemas que genera “el niño problema” tal vez sean la expresión de eso que no cuadra, que no hace sentido en su entorno, que está fuera de lugar pero que al no escucharse se convierte él en sí mismo “el problema”. Las actitudes y manifestaciones que resultan molestas son reprobadas más que entendidas, a través de límites incoherentes que más que contener terminan por reforzar una imagen de ser “problemático”. Esta es la sensación con la que a veces llega el niño a terapia, enviado por estar representando un problema, mientras que en el fondo puede estar buscando sentido o acomodo de incoherencias.