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El psicólogo culpa a los papás

Uno de los mitos que se ha construido alrededor de la psicoterapia, y sobre todo del psicoanálisis, es que busca culpar a los padres de traumas personales, o que puede desatar rupturas en las relaciones. Esta predisposición puede inhibir la iniciativa de llevar un proceso terapéutico, o bien de suspenderlo cuando sobrevienen sentimientos de frustración y enojo en las relaciones interpersonales, cuando lo que se busca es mejorarlas. En principio es erróneo pensar que el terapeuta elige o determina los temas de una sesión, es importante que la persona sienta la libertad de comunicar lo que quiera y en el momento que pueda, aún con las resistencias que tenga para hablar de una situación difícil. La psicoterapia es un camino que cada individuo decide cómo recorrer y qué rutas tomar, hablar de los vínculos es una de las rutas más importantes debido a que es una parte importante de lo que nos define como seres humanos y es donde más se movilizan los afectos, desde el amor al odio. Sucede con frecuencia que cuando la persona comienza a hablar de sus relaciones va siendo consciente de ciertos patrones que generan malestar en uno mismo o que entorpecen aspectos de una relación, y que muchas veces deriva en un proceso de cambio que a su vez genera fricción. En ocasiones este proceso puede dificultarse, especialmente cuando las relaciones han guardado más frustración y enojo, que al no ser canalizado termina por hacer explotar una bomba. Pero muchas otras veces no es así, pueden descubrirse o generarse formas de comunicación más asertivas y la fricción sólo es parte del ajuste. En el caso de los padres se vuelve más complejo el proceso, pero más fructífero. Los padres representan nuestras primeras huellas mentales, desde aspectos sensoriales y primitivos hasta culturales. De alguna manera descubrimos, aprendemos y nos adaptamos al mundo de acuerdo a los estímulos que nos ofrecen y a una serie de elementos que se juegan en la relación con ellos, como expectativas, caricias, privaciones, regaños y otros más, sin embargo nuestras experiencias están determinadas por muchos otros elementos ajenos a ellos. Remitirse a la infancia permite reparar daños que tuvimos y que no necesariamente son responsabilidad de los padres, y aun cuando podemos reconocer las limitaciones que tuvieron, parte de madurar implica hacerse responsable de uno mismo y dejar de culpar a los demás. Dejar de idealizar a los padres puede ser doloroso, es perder la imagen de los ellos como héroes, como también lo es renunciar a expectativas que no pudieron cubrir. Sin embargo este proceso representa sólo un cambio en la relación, en donde ambas partes pueden reconocerse como seres humanos.


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