Palabras prestadas: el arte en el espectador
El día que me vinculé con el arte y su magia, fue cuando tuve la oportunidad de conocer en vivo a “el David” de Miguel Ángel, recorrí con la mirada la escultura tratando de no perder ningún detalle, ¡No podía dejar de mirarla! Había algo que me atraía hacia él, algo que me conectaba a un nivel que no lograba entender, pensé: ¿Como algo sin vida, un pedazo de mármol, algo que no respira, me conmueve tanto?
¿La belleza de su cara, la perfección del cincel, el golpe perfecto en el lugar adecuado? ¡Tal vez!, pero después de pensarlo detenidamente me di cuenta que pasé la mayor parte del tiempo en la mirada del hombre perfecto, esa mirada que me decía que no había manera de perder esa batalla, me enamoró la fuerza de sus manos, la mirada intensa, la hombría de su movimiento.. Me cautivó la protección que me brindaba.
Los dejo interpretar la experiencia…
A mi parecer esta es la magia del arte, El mover emociones, el provocar deseos, tiene la capacidad de hacernos sentir, vibrar, provocando que las cuerdas dormidas de nuestra mente se muevan al mismo compás que las del autor y suavemente nos dicen al oído, sin palabras, ¡No estás solo! ¡Alguien te entiende!
El arte en todas sus expresiones, nos permite expresar, revivir y elaborar por algunos momentos situaciones a las cuales no hemos tenido oportunidad de ponerles palabras, conflictos emocionales, necesidades afectivas, traumas sin resolver, hasta deseos prohibidos.
Los artistas nos prestan su mundo interno, elaborado en color, en palabras y en sonidos, nos comparten sus sueños y miedos de una manera que podamos entender, pero no a un nivel consciente, sino a un nivel sensorial. A través de la piel nos acompañan en un viaje íntimo en donde él y nosotros sabemos de lo que estamos hablando, creamos por unos segundos un mundo que solo pertenece a los dos…
¿No les recuerda a ese primer vínculo humano?
Cuando estamos llenos de emociones, no importa cuales sean, siempre buscamos algo o a alguien con quien
reconfortarnos, buscamos ese abrazo cálido después de una caída o un mal sueño, queremos oír esas palabras que cuando niños nos hacían sentir invencibles, anhelamos recordar ese olor que nos hacía sentir seguros.
El arte nos lleva a recordar la experiencia del vínculo materno, ¿Cómo es ese vínculo? depende del cuadro que nos apasione, de la música que nos cautive y de la lectura que nos complazca?
No es lo mismo admirar una obra de Munch, que una de Dalí, ¿En que momento leemos a Shakespeare y en qué momento leemos a García Márquez, O a Virginia Woolf? ¿Cuándo escuchamos a José José, O cuando escuchamos una cumbia?, ¿Una balada, o al mismísimo Gustav Mahler?
Una obra va a obtener su valor dependiendo del momento en que es vista, escuchada o leída, va a ser importante dependiendo los ojos que la vean y de las emociones que logre entender conectar y elaborar, no podemos hablar de algo feo o bonito en el arte, solo podemos hablar de experiencias vividas dentro de una persona, de las emociones provocadas y de los deseos proyectados.
Es decir: Cuando hablamos de arte, no hablamos de un objeto, hablamos de una experiencia estética y existencial. Los autores nos permiten proyectar los deseos en color, cuando no logramos conectarnos con una obra es porque esta no nos permite expresar deseos inconscientes, los colores no nos producen esa sensación de alivio que necesitamos, o las palabras nos son suficientes para desatorar esa sensación de opresión en el corazón.
El arte se crea en el autor, pero vive dentro del espectador…