El arroz de mi mamá
¿Cuantos de nosotros no hemos combatido la tristeza o la enfermedad con un buen plato de sopa? ¿Cuántas veces hemos escuchado decir a alguien, el arroz no te queda como a mi mamá?
La comida es el primer vínculo amoroso del ser humano, mamá nos alimenta con su leche cuando somos bebes, mientras estamos acostados en su regazo, ella nos mira y nos acaricia tiernamente, nos mira a los ojos y sin palabras nos dice:
“Aquí estoy para aliviar ese dolor, aquí estoy para llenar el vacío con mi amor”
Desde ese momento empezamos a asociar la comida con amor, con tranquilidad y alivio, cuando crecemos la leche materna ya no es suficiente y mamá se tiene que esforzar para que nos gusten las espinacas, porque es un alimento saludable. Ahora con palabras nos dice: Me preocupo por ti y quiero que crezcas sano y feliz.
La comida siempre ha sido ese mensaje amoroso dicho en olores y sabores, cuando estamos tristes buscamos esa comida que nos recuerde el amor y el esfuerzo de mamá para que fuéramos felices, el olor de la cocina es un recordatorio de aquel vinculo único e idealizado.
Cuando somos adultos, buscamos constantemente ese arroz, buscamos a alguien que sea capaz de amarnos de la misma manera que nuestra madre nos amó, que se esfuerce de la misma manera que ella para saciar el vacío de nuestro interior, buscamos a ese alguien que nos llene de paz.
En el arroz, buscamos esas sensaciones únicas que a pesar de no tener palabras quedaron marcadas en nuestra memoria.
Es claro que solo es una ilusión, pues el arroz de mamá es único para cada uno de nosotros, porque el sazón tiene que ver más que con condimentos, con recuerdos con ese olor de piel y con ese color de ojos que cuando nos miraban nos llenaba el alma. Y despacito nos decía ¡Todo está bien!
¡Las penas con pan son buenas dicen por ahí ¡ tiene sentido ¿No creen?