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No soy gordo... soy fuertecito...


Me comeré mis sentimientos

 

Ansiedad, estrés, saltarse comidas e ingerir alimentos poco nutritivos son algunos de los factores de la alimentación compulsiva, es decir, comer más de la cuenta sin tener hambre y ,lo más probable, sintiendo culpa y remordimiento luego de haber rellenado el estómago.


Y es que, para algunos, tener comida en frente implica que debe ser ingerida por completo o darle una “probadita”. Aunque estas actitudes suelen acentuarse en ciertas épocas o festividades, hay quienes siempre estarán pendientes de tener alguna delicia bajo la manga lista para degustar.


Seguramente muchas personas han pasado (o pasan en la actualidad) por la experiencia del asalto al refrigerador, de los llamados “atracones” o de verse en medio de la soledad ingiriendo rápidamente una gran cantidad de comida. Estas características precisamente tienen que ver con el comedor compulsivo el que, según los especialistas, en la mayoría de los casos tiene que ver con pacientes que además padecen de trastornos emocionales como depresión, baja autoestima o problemas de personalidad.


Uno de los sentimientos que más afecta a quienes comen en forma compulsiva es la culpa. Para ellos, es inevitable sentirse muy mal luego de haber comido: se sienten gordos, malas personas e incapaces de sobrellevar responsablemente acciones como un buen régimen alimenticio.


Puede haber diferentes causas que actúen por separado o conjuntamente y que nos lleven a comer compulsivamente.


Esta conducta puede obedecer a un desequilibrio bioquímico causando por bajos niveles de serotonina.

Como respuesta a un estrés prolongado o crónico. Comer compulsivamente es un mecanismo útil para calmar la tensión generada por el estrés. Adicionalmente el movimiento de masticación tiene un efecto ansiolítico y calmante.


Como consecuencia de haber llevado a cabo diversas dietas restrictivas muchas personas privan al cuerpo de energía y experimentan urgencia por consumir alimentos. Esta sensación de hambre intensa puede conducirnos a comer fuera de control, compulsivamente. Posteriormente, aparece el sentimiento de culpa con un malestar grande. Para compensar la conducta anterior volvemos a una dieta estricta que enlentece nuestro metabolismo dificultando la pérdida de peso. El hambre y la falta de resultados positivos rápidos nos lleva de nuevo a la ingesta compulsiva.


Generalmente cuando hacemos una dieta entendemos que hay ciertos alimentos prohibidos. Algunas personas, permanecen firmes dentro de la dieta mientras consumen los alimentos permitidos, pero si consumen una vez un alimento prohibido sienten que el límite de la dieta se ha transgredido y comienza la falta de control sobre la ingesta.


La ansiedad, la depresión, hábitos muy obsesivos o problemas en las relaciones con otras personas, actúan a veces como desinhibidores del apetito disminuyendo su capacidad de comer controladamente.


La mejor manera de tratar los problemas comunes de alimentación a la par de las conductas y emociones es con apoyo nutriológico y asesoría psicología, trabajando en conjunto es más posible generar cambios en la calidad de vida.

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