¿Mi mamá aplastando mi vida?
Haz tu vida hijo, sólo quiero lo mejor para ti
Las madres que tratan a sus hijos toda la vida como si siguieran siendo niños, les niegan el rol de adultos que poseen, esto se vuelve una forma de control que puede ir desde la elección de la ropa, el color, estilo, hasta la forma de hablar. Podrían parecer actos inofensivos, pero la situación puede volverse más crítica cuando los hijos deciden formar una familia ya que las madres quieren dictar cátedra en la familia de sus hijos: cómo criar a los nietos, cómo se debe preparar la comida y hasta el momento en que deben o no concebir hijos. Por supuesto, la elección de la pareja es un detonante de discordia en muchos casos, pues suelen desaprobar esa decisión.
Cuando los hijos deciden casarse, ese es su nuevo hogar, es allí donde deben pasar el mayor tiempo, compartir la comida en familia, en la medida de lo posible, y también celebrar la navidad en su propia casa. Una relación diaria o casi diaria con la madre no es sana, se debe procurar que la pareja se ocupe en el hogar que han constituido. Ello no significa que se deje de querer o de atender a las madres, sino que debe existir madurez y soltar el apego. En la mayoría de los casos, quienes tienden a visitar o llamar todos los días a su madre es porque existe un sentimiento de culpa. Muchas madres manipulan a sus hijos recordándoles todo lo que tuvieron que hacer por ellos y pasan factura: “ahora tú debes atenderme a mí”, actúan como víctimas, restándoles felicidad y estabilidad.
En Latinoamérica, la imagen de la madre es la de una mujer bondadosa y amorosa por lo que resulta difícil imaginar que pueda ser tu propia madre quien represente el mayor problema de tu vida, pero esto es una realidad que hay que conocer y saberla tratar. Muchos hijos se sienten culpables si viajan porque dejan a su madre sola, si un fin de semana no fueron a visitarla y lejos de ser ese amor puro que tanto llena nuestras vidas se convierte en una carga que además puede causar grandes daños en el matrimonio.
Una frase de Thomas Lanier Williams, destacado dramaturgo estadounidense, lo dice todo al respecto: “siempre hay un momento para marchar, aunque no haya un lugar a dónde ir”. Es cierto y más aun con respecto a los hijos, se les debe permitir que algún día se marchen de casa y hagan su propia vida. Muchas mujeres que han enviudado o que, por diferentes razones, decidieron continuar su vida sin un esposo encuentran una buena fuente de compañía en sus hijos, pero la soledad no es motivo para impedir que un hijo llegue tan lejos como pueda hacerlo.
Todas las etapas de la vida ofrecen oportunidades para reinventarnos de una u otra forma. La crianza de niños ha finalizado, por lo que renace el tiempo a solas y hay mayor libertad económica para emprender nuevos proyectos: arreglar la casa, estudiar alguna carrera, salir de viaje, escapadas románticas y tantas otras cosas que gustaban hacer, pero que habían dejado atrás por falta de tiempo o de dinero.