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El abusador es invisible cuando tiene nombre de mujer

El abusador es invisible cuando tiene nombre de mujer


El término “abuso”, según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), refiere a la acción de hacer uso excesivo, injusto o indebido de algo o de alguien. Desde la Psicología, se considera que el sujeto víctima de estos actos es considerado y dejado en el lugar de objeto por quien los comete. En este sentido, se propone visibilizar y comenzar a reflexionar sobre las distintas formas de abuso que se cometen entre mujeres y que no se consideran como tales o se las justifica como expresiones de una relación natural de índole competitiva entre mujeres.


Existen distintas modalidades de abuso, si bien las más reconocidas son la física y la sexual porque son comprobables desde párametros objetivos a la hora de culpar a los responsables, la Ley de protección integral a las mujeres (Ley 26.485 ) de Argentina, reconoce la existencia de otras 3 modalidades: Psicológica, económica - patrimonial y la simbólica, y en otros ámbitos más alla del doméstico, incluyendo el laboral, el institucional, los medios de comunicación y el de la salud en relación a la violencia contra la libertad reproductiva y la violencia obstétrica. Pero, ¿Se puede calificar como “Violencia de género” a las formas de maltrato entre mujeres?

La respuesta parecería ser negativa, siendo que dicha conceptualización apunta a prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres legal y socialmente con la suposición ímplicita de que son perpetuados por varones hacia mujeres, por la creencia en una superioridad de poder conferida por el género al que pertenecen.


Una de las consignas feministas más difundida en la lucha por la erradicación de la violencia es la expresión “Muerte al Macho”, en donde “Macho” no alude a la persona del sexo masculino sino al arquetipo tradicional del varón de la cultura patriarcal, inherente a la sociedad occidental en la cual nacemos y nos desarrollamos, que impone y reproduce los roles de género femenino y masculino, a través de sus distintas instituciones, como por ejemplo, la familia y la educación.

En otras palabras, el Machismo, las distintas actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer en base a una asimetría de poder, nos atraviesa a todos.


Por lo dicho anteriormente, una mujer puede apropiarse de las características del MACHO, que socialmente se consideran propias de las personas de sexo masculino. Una mujer puede desarrollar un rol dominante respecto a otra, considerandola un objeto de su posesión sobre la cual tiene el poder de decidir y pueden incurrir en actos de violencia física como golpes, empujones y zarandeos, arañazos, etc que se pueden llegar a trivializar porque se los minimiza si se producen durante una discusión o por la creencia de que al ser mujer no tiene la fuerza suficiente como para ocasionar daños relevantes; a a mantener relaciones sin consentimiento de la otra parte y otros tipos de abuso de los mencionados anteriormente.


Por otra parte, hay otras formas de abuso entre mujeres que son invisibles, no se las ve de tal manera debido al lugar que se le asigna al género femenino socialmente. Se ha naturalizado la competitividad feroz entre mujeres de múltiples formas, a través del interés por saber lo mal que le va a otra mujer, lo gorda que está la vecina de enfrente después del embarazo, lo fea que es la mejor amiga de tu pareja o la actual de tu ex, lo ignorante que es la compañera de trabajo de la escuela o de la facultad, las duras palabras que se le dicen a otras “cuando tienen la desfachatez” de disfrutar de su sexualidad abiertamente o son más propensas a experimentar con su cuerpo en el plano sexual, o frases tales como: “la roba maridos”, “Por eso el marido la dejó”, “Le pegó, bien merecido se lo tenía”, “la come hombres”, “Es marimacha”, “No cuida ni a su propia familia”, entre otras. Como si la identificación con el género femenino o la sensación de autoestima se construya o se garantice a partir del menosprecio, infelicidad y fracasos de otras pertenecientes al mismo género, en lugar de considerarlas compañeras ya que si bien hay distintas feminidades, todas tienen en común la opresión que sufren.


Se concluye que los actos abusivos entre mujeres si son cuestiones de género, la dominación es una característica tan intrínseca al rol de género masculino como la pasividad al femenino por producción y reproducción intencional de la sociedad y no por la naturalidad de poseer el sexo macho o hembra.

¿No es hora de empezar a revisar y deconstruir el propio machismo interiorizado?

Lejos de incrementar la presión a la que estamos sometidas por nuestro género, se invita a construir relaciones positivas y a la alianza política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras con el fin de promover el empoderamiento de cada una y del género en nuestra sociedad y de esta manera, continuar el proyecto de eliminación social de todas las formas de abuso de este sistema heteronormativo, machista y patriarcal.

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