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Una vida sin etiquetas.

Una vida sin etiquetas.


Desde que estamos creciendo aprendemos que poner etiquetas es algo normal.


En la escuela lo vemos día a día, algunas veces en un contexto positivo, pero con frecuencia con una connotación que implica resaltar lo que se considera una falla o un área que requiere trabajo extra.


Ya sea en positivo o en negativo, las etiquetas generan un concepto de nosotros mismos que se va sesgando hacia un lado de una balanza cultural teniendo siempre un impacto en el desarrollo de la personalidad y en la construcción de las relaciones interpersonales.


En el caso de la comunidad LGBT, es mucho más que evidente.


De manera histórica se ha discriminado a las personas en función de su identidad sexual y/o preferencias sexuales.


Se les ha nombrado con palabras despectivas que se han normalizado al punto en que es necesaria una deconstrucción del lenguaje para establecer cambios que permitan mejoras en la calidad de vida de todas y todos.

El lenguaje inclusivo y la determinación de nombres para las disidencias sexuales han contribuido enormemente al intento de una nueva construcción cultural libre de adjetivos que vulneran y excluyen a las personas que, independientemente de sus características y elecciones amorosas, son y serán, personas que necesitan afecto, respeto, pertenencia, acceso a las mismas cosas que cualquier sujeto social.


Es importante aprender a mirar y nombrar esta tendencia que suele pasar desapercibida y dejar de necesitar poner el valor de las personas, que con frecuencia son sumamente vulnerables, en una o dos palabras que validan o invalidan su existencia, su desempeño y, con frecuencia, dañan su estado emocional.


Así que intentemos poner atención en la forma en que nos referimos hacia las personas, desde que son pequeñas, para que no seamos parte de esa cultura que les impide empoderarse y limita el acceso a una vida digna, que es, al final del día, a lo que aspiramos todas y todos.

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