¿Te casas con la familia o con Él (Ella)?
¿Te casas con la familia o con Él (ella)?
Cuando una relación es estable y se trazan planes a futuro, hacen su aparición nuevas relaciones familiares. Aquellos que forman parte del entorno más próximo de la pareja (padres, hermanos) se convierten en suegros, consuegros, cuñados, yernos, nueras, con quienes se habrá de compartir años de trato y el rechazo de la pareja por parte de la familia es una experiencia habitual con la que muchos se han encontrado en algún momento de su vida. Aparte de los motivos, es siempre una situación difícil y que conlleva un desgaste emocional en la convivencia.
En ocasiones se puede sentir que los suegros u otros familiares invaden aspectos de la vida privada, de la educación de los hijos, del funcionamiento diario, etc. Por lo general, las causas de la intrusión se pueden resumir en dos puntos: la excesiva tendencia por parte de los familiares, especialmente los progenitores, de entrometerse en los asuntos privados de la pareja y la incapacidad de de los cónyuges de llevar a cabo una emancipación completa de sus respectivos padres. Estas invasiones o dificultades para el establecimiento de límites pueden llevar a consecuencias nefastas para la pareja como: ruptura, o, por el contrario, afianzar la conexión de la pareja al apegarse con los familiares; dificultad de la pareja para constituirse como tal, es decir, como una unidad independiente con un sentido de pertenencia autónoma; problemas para la toma de decisiones cotidianas por dependencia emocional hacia la familia extensa; distanciamiento y conflictividad entre los miembros de la pareja por ausencia de intimidad y libertad; distanciamiento de los hijos de la pareja con la red de apoyo que suponen las familias extensas; vínculos y relaciones superficiales y esporádicas con familia extensa; pareja y familia independiente con dificultades para compartir intimidad y establecer vínculos más fuertes y profundos.
Cuando se produce el distanciamiento, se ven afectados no solamente los miembros de la pareja sino también sus hijos, a quienes se niega el derecho que tienen a la red de apoyo que suponen las familias extensas. A menudo se producen heridas emocionales porque se guardan resentimientos que se transmiten transgeneracionalmente a los hijos. Nos podemos encontrar niños que no han tenido el roce necesario para vincularse afectivamente con sus familiares más cercanos generando el mantenimiento de relaciones superficiales y esporádicas porque no han tenido la oportunidad de compartir y disfrutar del afecto de estos. Y en el peor de los casos nos encontramos ante una pareja o familia independiente, cuando se supone que se han unido para compartir. Compartir la vida con alguien no tendría que suponer la pérdida de la familia.
Un buen manejo en las relaciones con la familia extensa se fundamenta en el desarrollo positivo de las relaciones entre los miembros que la componen, para ello:
No esperar que los familiares se adapten o cambien su comportamiento a la forma en que nosotros esperamos.
Aceptar ciertos rasgos que parecen molestos pero que, en realidad, no lo son tanto.
Tratar de disfrutar de las cosas buenas e intentar bajar el nivel de intolerancia.
Controlar los enfados, estar en desacuerdo con alguien es fácil, lo difícil es hablar sobre los motivos y acercar las posiciones.
Recordar que la tensión es uno de los aspectos que los niños y las niñas perciben con mayor facilidad cuando el grupo familiar está incomodo o alterado.
Tener en cuenta que muy poca gente cumple con la imagen ideal de los que debe ser un padre o madre, abuelo o abuela, cuñado o cuñada. Hay diferentes maneras y estilos de serlo y todas pueden ser igualmente buenas mientras se preserve el respeto por el otro.