Tengo que ser buena madre
Tengo que ser buena madre
La mujer y madre se equivoca cuando busca ser perfecta, pero no hay que lanzar ese mensaje. Es normal equivocarse. La madre que busca la perfección decidirá y afirmará que solamente sus acciones son las adecuadas, pero ¿quién dictamina qué es perfecto? Una madre decide en su casa y con sus hijos, pone sus normas, ensalza ciertos valores.
Muchas veces queremos hacer las cosas bien y nos esforzamos para que así sea, y eso está bien porque es la manera de tener proyectos y evolucionar. El problema lo tenemos cuando por los motivos que sea, queremos ir más lejos de nuestras posibilidades reales y alcanzar metas inaccesibles más allá de la lógica, aunque quizás otros lo hayan conseguido. Quizás, como madre, deberías preguntarte dónde está la frontera entre lo que nos gustaría y lo que podemos hacer.
En primer lugar debemos tener en cuenta nuestros conocimientos y capacidades respecto a lo que queremos conseguir, pero también nuestras fuerzas: capacidad de trabajo, de gestión, facilidad para delegar, y nuestros recursos psíquicos y físicos en función de lo que queremos emprender.
Se suele dar a la autoexigencia un sentido positivo en tanto que se asocia al esfuerzo, a la voluntad, a la constancia y a la persistencia en conquistar algo que nos proponemos. Pero este sentido que se le da y que recoge aspectos importantes y positivos del concepto, omite los factores más perjudiciales que hacen de la autoexigencia un patrón de comportamiento poco saludable que se manifiesta partiendo del sufrimiento generado por una baja autoestima, que genera estrés y que acaba desembocando en problemas de salud.
Es necesario delegar, pedir ayuda, buscar consuelo, descansar para estar más fuerte mentalmente y no caer en un círculo vicioso. Tanto nivel de autoexigencia desgastará emocionalmente a la madre y conllevará a que no disfrute de su maternidad.
Quiza, exigirse tanto para ser «la mejor mamá del mundo» no es parte de una necesidad propia, sino un viaje narcisista que nada tiene que ver con el supuesto «objeto» de nuestras atenciones: nuestro hijo.
Intentar «corregir» lo vivido, o abanderarse para «ser mejor mamá» nos aleja en realidad del contacto con nuestro instinto: el que nos dice que nuestros hijos están ahí, viviendo SUS vidas, no las nuestras, y que cuentan con nosotros para que los acompañemos como mejor sepamos.